LAS NUEVE CONCIENCIAS

miércoles, 1 de julio de 2009 en 17:32

Traducción no oficial, hecha por Angélica Bacquerie, del Capítulo 6 del libro “Unlocking the Misteries of Birth and Dead; Budhism in the Contemporary World” (Desentrañando los Misterios del Nacimiento y la Muerte; el Budismo en el Mundo Contemporáneo), escrito por Daisaku Ikeda.

LAS NUEVE CONCIENCIAS
COMPROBANDO LAS PROFUNDIDADES DE LA VIDA

Cada ser viviente depende para sobrevivir de su habilidad para percibir la naturaleza de lo que le rodea y reaccionar conforme a ello. Por ejemplo, muchas plantas sobreviven al riguroso invierno más que nada porque tienen la habilidad para adaptarse al diferente clima del invierno y el verano; por dar un ejemplo, los árboles de hoja caduca, perderían humedad a través de sus largas hojas en invierno, por lo tanto, se despojan de ellas. Los árboles desde luego no tienen termómetros para consultar, aún así, pueden detectar los cambios de temperatura y actuar conforme a ellos.
En forma similar, los seres humanos tienen la habilidad para detectar lo que es comestible y lo que no. Por ejemplo, usted podría ver un tazón con frutas de cera. Sin embargo, por más tentadora que parezca la falsa fruta, usted puede generalmente decir que está hecha de cera con solo verla; si su vista fallara, su sentido del olfato inevitablemente terminaría con el equívoco. Finalmente, si su sentido del olfato y su sentido del tacto fallaran, podría probar una fruta de imitación y, desde luego, al darse cuenta que es de cera, la escupiría. Este es sólo un ejemplo trivial de la forma en la cual la acción de distinguir o percepción es el medio fundamental mediante el cual los seres vivientes se pueden mantener vivos.
En sánscrito esta habilidad de percepción, comprensión o discernimiento, es llamada vijnana. Generalmente la palabra se traduce como “consciencia”; aunque esta es una traducción razonable, debemos darnos cuenta que, al utilizar el término “consciencia” en este sentido, nos estamos refiriendo a algo más bien distinto a lo que la palabra significa usualmente.
La función de vijnana fue incluida por el Buda Shakyamuni entre los cinco componentes – forma, percepción, concepción, volición y consciencia – los cuales, todos juntos, conforman un ser viviente. Shakyamuni desarrolló el concepto de los cinco componentes como un medio para analizar la vida de los seres sensibles con relación a su mundo. Cada individuo interactúa en relación con su medio ambiente: asimila la información que requiere de sus alrededores y se ajusta conforme a ella. Esta es, entre las funciones vitales de “consciencia”, la que analizaremos en este capítulo.

El funcionamiento de la Consciencia
La consciencia opera a diferentes niveles. La doctrina budista de las nueve consciencias, desarrollada en las escuelas T’ien-t’ai y Juan-yen de la China del siglo sexto, y a la cual se le dio un nuevo significado en el budismo de Nichiren Daishonin, analiza los varios estratos de consciencia y así aclara todo el espectro de la operación de la vida misma.
Desde los últimos años del siglo XIX en el mundo occidental se han hecho intentos para explorar los diferentes niveles de la consciencia humana; estos intentos se han manifestado como el desarrollo de las ciencias del psicoanálisis y la psicología profunda. También las ciencias de la neurología y la neurofisiología, en su análisis de la estructura de la corteza cerebral, espacio donde residen nuestras actividades mentales superiores, ha buscado examinar objetiva o inductivamente funciones tales como las sensaciones, las emociones, la comprensión y la memoria con relación con el funcionamiento del cerebro. En contraste, el budismo busca examinar las profundidades de nuestra vida en una forma más intuitiva, deductiva. Aunque la ciencia occidental y el budismo pudieran diferir de alguna forma en sus objetivos y concepciones básicas, sus diferentes métodos – una mediante el análisis objetivo, el otro a través de la investigación subjetiva – se relacionan en que ambos intentan atacar el problema de los estratos discordantes de la vida o conciencia. En este sentido, la teoría budista de las nueve consciencias tiene una importancia comparable y análoga a algunas de las hipótesis de la investigación científica moderna.
Las primeras cinco de las nueve conciencias corresponden a la noción convencional de los cinco sentidos – vista, oído, olfato, gusto y tacto. Estos nacen como resultado del contacto de los cinco órganos sensoriales – ojos, oídos, nariz, lengua y piel – con los objetos respectivos. Los cinco órganos sensoriales son medios a través de los cuales el mundo exterior se conecta con el interior, y están considerados como elementos del primero de los cinco componentes, la forma, el aspecto físico de la vida.
Para entender cómo la forma se relaciona con los otros cuatro componentes, usemos una metáfora. Imagínese que va dando un paseo por una angosta calle y que escucha el sonido de un motor. Voltea a su alrededor y ve que se aproxima un camión de carga. La acción de ver, escuchar o percibir cualquier cosa a través de uno o más de los cinco sentidos corresponde al segundo de los cinco componentes; la percepción. Juzgar si es seguro o no dejar que te rebase el camión estando en una calle tan angosta es la función del tercer componente; la concepción. La decisión de hacerse a un lado o de seguir caminando involucra la decisión de actuar basándose en el juicio que usted hizo: esta voluntad de actuar es el cuarto componente: la volición (o voluntad). La consciencia, el quinto de los componentes, puede ser considerada como el componente que integra la percepción, la concepción y la voluntad en relación con la forma – esto es, con los cinco órganos sensoriales y sus objetos respectivos.
Adicionalmente, cada uno de los órganos sensoriales posee – de acuerdo con el budismo – una conciencia propia. ¿Qué queremos decir exactamente cuando decimos que un órgano sensorial tiene “consciencia”?. Bueno, en términos fisiológicos los órganos sensoriales no pasan al cerebro todo lo que perciben; más bien, seleccionan las cosas importantes y sólo éstas son transmitidas al cerebro. Por ejemplo, cuando caminamos y con respecto a la conciencia de los ojos, nos estamos refiriendo a su capacidad de discernimiento, su capacidad para seleccionar. Digamos que hemos perdido las llaves y estamos buscándolas desesperadamente. Lo usual en este tipo de situaciones, es que se encuentran justo en el centro de la mesa de la sala, pero aún así, no las vemos. Sin embargo, aunque las busquemos como locos, las llaves siguen perdidas porque nuestros ojos “seleccionan” la información que le enviarán al cerebro. Debido a que estamos convencidos de que las llaves no pueden estar en el centro de la mesa de la sala – porque “ya les habríamos visto si ahí estuvieran” – la información que recogen nuestros ojos, de que es ahí exactamente donde están las llaves, no es divulgada a nuestro cerebro.
Los ojos perciben imágenes, los oídos sonidos, la nariz olores y así respectivamente. La función de la consciencia que integra a estos sensores de entrada para formar imágenes coherentes y distinguir entre los diferentes objetos es la sexta consciencia. O, para enfocarlo desde otro ángulo, podemos ver las primeras seis consciencias como funciones que emergen en respuesta a los fenómenos y al mundo exterior de todos los días. Podemos reconocer fácilmente el funcionamiento de las seis consciencias ya que operan en la “superficie externa” de nuestra mente – es decir, en el terreno del consciente. Todas las seis están siempre cambiando en respuesta a su constante interacción con lo que nos rodea, y aún así no existe discontinuidad en su funcionamiento de un momento a otro, por lo tanto es fácil para nosotros caer en la trampa de creer que poseemos un yo incambiable – y quizá hasta que este yo supervisa y controla a las seis consciencias. Esta función que produce un sentido de yo permanente es llamada la séptima consciencia, o consciencia mano. La palabra mano se deriva de la palabra sánscrita manas, que significa mente, intelecto o pensamiento, y el nombre de esta consciencia proviene del hecho de que realiza la acción de pensar. Diferente de la sexta consciencia, que tiene por objeto las diversas circunstancias de la vida diaria y opera en respuesta a ellas; la consciencia mano opera desde dentro, por su propia cuenta y en forma bastante independiente de cualquier circunstancia externa. Representa el reino del pensamiento abstracto y analiza el mundo interior; por ejemplo, distinguiendo lo falso de lo verdadero. Es gracias al poder de la consciencia mano que distinguimos entre el bien y el mal, que somos capaces de reflexionar sobre nuestro comportamiento, de decidir si algo vale la pena o no, y de decidirnos a mejorar nuestros estándares de conducta. La enseñanza de Sócrates, “conócete a ti mismo” podría haber sido un intento de despertar esta consciencia en sus contemporáneos. Por lo tanto, la consciencia mano puede ser vista como el indicador del funcionamiento del pensamiento de la gente que ya dejó de estar esclavizada a los asuntos inmediatos pero puede ver el funcionamiento de la vida diaria en el mundo con un franco desapego, buscando comprender la verdad que subyace a todas las cosas.
Otra característica de la consciencia mano es un fuerte apego al yo, de hecho, además del pensamiento abstracto y la reflexión, la función básica de esta consciencia es el apego al propio ego. Por lo tanto, se dice que la consciencia mano está siempre acompañada por cuatro tipos de ilusiones: la ilusión de que el yo es absoluto e incambiable; la ilusión que nos lleva a las teorías que sostienen que el yo es absoluto e incambiable; la ilusión que nos lleva a la vanidad y la ilusión que nos lleva al apego al yo. Por lo tanto, esta consciencia tiene la tendencia de confinarnos dentro del marco de nuestro propio ego y con esto nos induce a la arrogancia y al egoísmo. En suma, mientras la consciencia mano se refiere al escenario de la razón, simultáneamente se considera que está invariablemente manchada por los engaños referentes al yo.
El apego al yo originado en la séptima consciencia es muy diferente del conocimiento del yo que formamos como resultado del funcionamiento de las primeras seis consciencias. En algún momento entre los siglos tercero y primero antes de Cristo, las escuelas Abidharma del budismo hinayana propagaron la idea de que la sexta consciencia era la base máxima de la vida y que las primeras cinco eran sus funciones específicas. Sin embargo, esta teoría se fue modificando mediante distintas corrientes. Por ejemplo, ya que las funciones de las seis consciencias nacen como respuesta a las circunstancias externas, nos encontramos con el problema de que, entonces dónde radica la continuidad del sujeto que pasa por los ciclos de nacimiento y muerte. Sin embargo en los siglos cuarto o quinto después de Cristo, la escuela Consciencia Única del budismo Majayana resolvió esta dificultad postulando la existencia de la consciencia mano, sosteniendo que operaba bajo el nivel de las seis consciencias. En contraste con las funciones de las primeras seis consciencias, los budistas consideran que las funciones de la consciencia mano no se ven afectadas por los eventos externos. Podemos ver este tipo de cosas en operación cuando una persona, quizá debido a un accidente, queda en estado de coma; a pesar de que la persona se encuentra totalmente inconsciente, aún así sigue respirando y haciendo esfuerzos para mantenerse con vida. Por lo tanto, la consciencia mano representa una consciencia del yo muy profunda e inconsciente.
Con la consciencia mano nos empezamos a mover a un terreno más allá de la mente consciente. Sin embargo, sería un error pensar que las funciones de la consciencia mano se ubican totalmente dentro del inconsciente. Sus poderes de razonamiento, como los de las seis consciencias, son un fenómeno de la “superficie externa” de la mente, por ejemplo la consciencia. Aún así, podemos ver a la consciencia mano como un tipo de fase transitoria que atraviesa la frontera entre lo consciente y lo inconsciente.
En occidente el conocimiento sobre el inconsciente ha avanzado hasta cierto punto a través de la ciencia de la psicología profunda. Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, postuló el concepto de la inconsciencia individual y desenterró buena evidencia a favor de su teoría de que la represión sexual y la agresividad traen como consecuencia la histeria y otras neurosis. Sin embargo en términos del budismo, la sexualidad, la agresividad y otras tendencias instintivas que se manifiestan a través de la consciencia mano, son definidas como “deseos mundanos”, tales como la avaricia, la ira y la estupidez. Estas tres – los “tres venenos” – son considerados como pasiones ilusas fundamentales las cuales dan lugar a otras que de ellas se derivan, como ya lo hemos visto (páginas 75-78). La ira por ejemplo, da lugar a la indignación, el odio, la aflicción, los celos y la irritabilidad; la avaricia trae como consecuencia la miseria, la arrogancia y el deseo de ocultar nuestros defectos personales; y la estupidez, con la cual nos referimos a la ignorancia de la verdadera naturaleza de la vida, nos lleva a venenos derivados tales como la decepción y la adulación.
La consciencia mano podría dar lugar a falsas ilusiones, aún así, tiene cualidades positivas; por ejemplo, la buena fe, la cual sienta las bases para la confianza mutua entre los seres humanos; la capacidad de arrepentimiento o la auto-reflexión, además, acelera nuestra conducta para llegar a un nivel más alto de moralidad; también corresponden a esta consciencia mano las facultades intelectuales de concentración, sabiduría, devoción y perseverancia.