EL INCONSCIENTE

miércoles, 1 de julio de 2009 en 17:55

Conforme se ha dicho, la consciencia mano combina las funciones del pensamiento que han roto los confines de la mera reacción a los asuntos inmediatos con un fuerte conocimiento inconsciente del yo. La definición de consciencia mano nos da la clave de hacia donde buscar la continuidad del sujeto que percibe, piensa y más; pero falla en proporcionarnos la solución al problema de cómo el karma, que nos predispone a ciertos patrones de pensamiento y de conducta, se transmite y opera del pasado al presente y hacia el futuro. Ya que la noción de la consciencia mano no puede resolver estos problemas, la escuela “Consciencia Única” propuso que existía un octavo estrato de consciencia, la consciencia alaya, la cual dijeron que se encontraba en un estrato aún más profundo que la consciencia mano. Se cree que es la consciencia alaya la que experimenta el ciclo de nacimiento y muerte. La palabra sánscrita alaya significa vivienda o receptáculo, y la consciencia alaya obtiene su nombre debido a que todas nuestras acciones -–incluyendo los pensamientos, las palabras y los sentimientos, todo aquello que se manifiesta a través de las funciones de la séptima consciencia – se graban momento a momento en el reino inconsciente de la consciencia alaya como energía que tiene el potencial de influenciar el futuro; estas impresiones son llamadas “semillas”, por lo tanto el reino de la consciencia alaya algunas veces se describe como “almacén de consciencia” o como el “depósito de las semillas”. Cuando aquí hablamos de “semillas” pensamos en ellas en forma análoga a una planta que echa ramas y hojas: las semillas en la consciencia alaya representan el karma, o el poder latente de nuestras acciones para producir efectos futuros.
El karma almacenado en la consciencia alaya tiene un efecto en las funciones de las primeras siete consciencias – podemos ver esto, por ejemplo, en la forma en que factores tales como nuestro país de nacimiento, nuestra lengua nativa, nuestras costumbres sociales, y el conocimiento y la experiencia que adquirimos dan forma a nuestra personalidad. La gente diferente reconoce y responde a las mismas cosas en formas diferentes, dependiendo de los diversos elementos que han conformado su personalidad. Una persona que ha vivido en circunstancias represivas, por ejemplo, puede revelarse ante la restricción más trivial y por lo tanto, ser incapaz de ver la vida con objetividad.
Nuestra percepción de la realidad está, obviamente, afectada por nuestras experiencias pasadas. Supongamos por ejemplo que usted fue mordido por un perro cuando era niño. Este evento pudo haber sido tan traumático que, aún ahora, se vea afectado por eso al grado que sienta verdadero terror cuando se encuentra hasta con un perrito inofensivo y amigable. La razón le dice que su miedo no tiene bases racionales, aún así el impulso de evitar a los perros surge de las profundidades de su inconsciencia cada vez que ve uno. Este tipo de reacción puede ser rastreado hasta el evento original que usted vivió y el cual quedó grabado en su consciencia alaya. Para entrar a esto con más profundidad, encontramos que en las profundidades de nuestra consciencia alaya se encuentran un cúmulo de experiencias que hemos almacenado durante nuestras vidas anteriores, y que esta acumulación condiciona nuestra existencia presente. Por ejemplo, las diferencias inherentes en la personalidad de cada individuo pueden ser atribuidas a causas kármicas que tienen su origen en vidas pasadas. Así mismo, las causas kármicas pasadas determinan la condición en la que cada uno de nosotros nace. En el Sutra de la Flor de Guirnalda encontramos el siguiente pasaje:

Referente a los diez actos malvados, quienes los cometen con mayor severidad, crean la causa para caer en Infierno, quienes los cometen menos severamente crean la causa para caer en el Hambre y quienes los cometen levemente crean la causa para caer en la Animalidad. De entre los diez, el acto de matar lo lleva a uno a Infierno, Hambre o Animalidad. Si esa persona renaciera en el estado de Tranquilidad (Humanidad), sufriría los dos tipos de retribución. Primero, su vida sería corta y segundo, sería muy enfermizo. El sutra continúa describiendo todos los diferentes sufrimientos que padecerá la gente si comete uno o todos los diez actos malvados – el grado de sufrimiento será determinado por el acto que haya escogido cometer y por la forma en la que lo hubiera hecho.
Todas nuestras experiencias y acciones tanto en esta vida como en las anteriores, hayan sido buenas o malas o en algún grado intermedio, se acumulan como semillas en la consciencia alaya, y estas semillas predispondrán directamente nuestras acciones futuras. Ya que las semillas kármicas se encuentran solamente en un nivel muy profundo de la vida, no se ven afectadas por el mundo exterior. Aún así, existe una influencia recíproca entre las semillas que se encuentran en la consciencia alaya y los niveles superficiales de consciencia, donde se manifiestan los tres tipos de acciones – pensamientos, palabras y acciones –.
A diferencia de la consciencia mano, que funciona en el reino del ego individual, la consciencia alaya tiene un aspecto que la vincula con la vida de la demás gente. El karma se forma no solo por las acciones del individuo sino también por las acciones que dicho individuo realiza en asociación con otras personas. El karma creado y experimentado por un grupo de personas, más que por el de un individuo solo, se identifica en el budismo como karma “compartido” o karma “general”. El estudioso del Majayana en la India, Nagarlluna, en sus Comentarios sobre los Diez Estados interpreta esta idea en relación con la existencia sensible y no sensible: “Los seres sensibles nacen por virtud del karma individual, y los seres no sensibles, por virtud del karma compartido.” En otras palabras, la vida de los individuos manifiesta su existencia como consecuencia de sus acciones individuales, mientras que las formas de vida no sensible – tales como las montañas, los ríos y la tierra misma – derivan su existencia del karma compartido.
Cuando hablamos de “formas de vida no sensibles” estamos, en términos amplios, refiriéndonos al medio ambiente no sensible, el cual incluye no sólo el mundo natural sino también a la cultura social humana. En este contexto podemos decir que el tipo de cultura o país que tiene un pueblo, se deriva directamente de su karma compartido.
Así la consciencia alaya contiene no solo el karma individual sino también el karma común a nuestra familia, a nuestra raza, y aún a toda la humanidad. Por lo tanto, el reino de la consciencia alaya vincula ampliamente a todos los seres humanos, y en este sentido se puede decir que engloba la noción de “inconsciente colectivo” postulado por C. G. Jung y legada como parte de la ciencia de la psicología profunda. La teoría de Jung consiste en que cada ser humano posee la totalidad de la herencia humana dentro de los recónditos lugares de su propia psique – esto es, que cada uno de nosotros comparte con todos los demás seres humanos una psique común, la inconsciencia colectiva.
C. S. Hall, uno de los discípulos de Jung, analizó los miedos comunes entre los seres humanos con respecto a las víboras y la obscuridad y llegó a la conclusión de que dichos miedos no podrían ser totalmente explicados en términos de experiencias únicamente de la vida presente; más bien, dijo, las experiencias personales parecen meramente fortalecer y reafirmar los miedos que ya existen dentro de nosotros. Sugirió que los miedos a las serpientes y a la obscuridad son hereditarios – que son un legado de nuestros remotos ancestros – y que esto demuestra que la memoria ancestral de alguna manera es preservada en el profundo estrato de la psique individual humana. Llevando esto un paso más adelante, podría ser que nuestro inconsciente contiene no sólo los recuerdos de nuestros ancestros humanos sino también aquellos de nuestros ancestros pre-humanos. De hecho, podría ser que las huellas de todos y cada uno de los pasos en nuestra evolución pasada, están registradas en el nivel más profundo de nuestra mente individual.
Sin embargo, el budismo incursiona todavía más en las profundidades de la existencia humana, enseñando que la mente humana comparte un terreno común con todos los fenómenos – en todos esos fenómenos que son manifestaciones de la fuerza vital cósmica global, la cual está personificada tanto en la existencia del mundo sensible como en el insensible. La sabiduría del budismo, por lo tanto, ilumina no solo el inconsciente y la base en común compartida por los seres humanos y todos los demás seres vivientes, sino también la realidad expresada a través e la totalidad de los fenómenos del universo.
En virtud de que la consciencia alaya mantiene los efectos potenciales de todas nuestras acciones, tanto buenas como malas, no puede describírsele como intrínsecamente buena o mala. Ya que contiene tanto la pureza como la impureza, la consciencia alaya es el reino en el cual los poderes del bien y del mal llevan a cabo una lucha feroz. Por lo tanto, a menos que tanto el bien como el mal que existen en el terreno de la consciencia alaya estén incluidos en una dimensión más profunda, se mantendrán encerrados en una lucha eterna. Esta reserva parece filosóficamente inaceptable, y por ello los budistas de las escuelas T’ien-t’ai y Juan-yen llegaron a postular la existencia de una novena consciencia, la consciencia amala, un nivel de la psique todavía más profundo que el de la consciencia alaya. La palabra sánscrita amala significa pureza, sin mancha o inmaculada, y así la consciencia amala obtiene su nombre debido a que permanece eternamente no contaminada por el karma. La consciencia amala es en sí misma la máxima realidad incambiable de todas las cosas, y por lo tanto es el equivalente a la naturaleza universal del Buda. En este que es el nivel más profundo de la mente, nuestra existencia individual se expande sin límite para llegar a ser una con la vida del cosmos. A la luz del pensamiento budista, debemos considerar la consciencia amala como el “yo superior”, el cual es eterno e inmutable: Despertando y desarrollando esta consciencia pura y fundamental podemos resolver la incesante disputa entre el bien y el mal representados por la consciencia alaya y al mismo tiempo capacitar a nuestras otras consciencias para que funcionen en forma iluminada.
Nichiren Daishonin dio una expresión concreta a la consciencia amala – la realidad fundamental de la vida – en la frase Nam-miojo-rengue-kio, y le dio forma física a su iluminación con la vida cósmica original en el Gojonzon, el objeto de devoción, abriendo así un camino donde toda la gente pueda lograr la budeidad, manifestando el yo superior que está latente dentro de cada persona. Cuando veneramos el Gojonzon encontramos que brotan de nosotros la alegría y la determinación, enfrentándonos cara a cara con la realidad de que nuestra existencia coexiste con la vida eterna del universo. Cuando nos dedicamos y basamos nuestra vida en esta realidad – la consciencia amala – todas las otras ocho consciencias funcionan para expresar el poder y la infinita sabiduría de la naturaleza del Buda. Esto puede ser explicado en términos de lo que el budismo describe como las “cinco clases de sabiduría”. Cuando alcanzamos la consciencia amala, que corresponde a la “sabiduría de la naturaleza Dharma”, la octava consciencia (o consciencia alaya) se manifiesta en sí misma como el “gran espejo redondo de la sabiduría”, que percibe el mundo sin ninguna distorsión, exactamente de la misma forma en que un espejo perfecto refleja todas las imágenes con total veracidad. La consciencia mano – séptima consciencia – se manifiesta a sí misma como la “sabiduría indiscriminada” la cual percibe la naturaleza básica, común a todas las cosas sin ninguna discriminación entre ellas. La adquisición de esta sabiduría nos capacita para superar nuestro ferviente apego al ego. La sexta consciencia se manifiesta como la “sabiduría para penetrar en lo particular”; a través de ella somos capaces de distinguir los aspectos individuales de todos los fenómenos, de tal forma que podemos tomar el adecuado curso de acción en todas y cada una de las situaciones que se nos presenten. Finalmente, las cinco consciencias se expresan a sí mismas como la “sabiduría de la práctica perfecta”: juntas nos capacitan para desarrollar el poder para beneficiar a los demás tanto como a nosotros mismos.