El concepto de las nueve consciencias analiza los varios estratos de la vida humana y como simultáneamente arroja luz sobre la totalidad de estos estratos, puede con certeza contribuir de alguna forma a la solución de los problemas que actualmente estamos enfrentando, especialmente en los campos de la medicina y la psiquiatría. En años recientes, la gente involucrada en la medicina para la cura de las enfermedades psicosomáticas ha incorporado en sus terapias ideas budistas o estrechamente relacionadas con el budismo. Por ejemplo, el Dr. O. Carl Simonton, radiólogo y oncólogo, utiliza una terapia que se asemeja al concepto budista de la compasión para ayudar a sus pacientes a superar el resentimiento y la mala voluntad. Primero, el Dr. Simonton hace que el paciente se forme una clara imagen mental de la persona hacia la cual siente ese profundo resentimiento; enseguida, le pide a su paciente que visualice a esa persona sucediéndole cosas buenas – por ejemplo, que se imagine a la persona objeto de su resentimiento recibiendo amor o atención o dinero o cualquier cosa que el paciente sienta que es lo que esa persona más quisiera. Con frecuencia, como resultado de esta técnica de visualización los pacientes pueden superar sus propios sentimientos negativos. Shakyamuni, en sus primero años de prédica, enseñó una técnica de meditación en la cual la persona primero generaba pensamientos de compasión hacia sus seres amados y luego extendía éstos a la gente que realmente le disgustaba. De esta forma la persona puede aprender a manejar su ira, una de las mayores fuentes de desilusión y de deseos mundanos.
Creo que, presentando un punto de vista integrado de la vida y la muerte atravesando el presente, pasado y futuro, el budismo tiene mucho que ofrecer al campo de la ética medica con respecto a tales problemas, en asuntos tales como el de informar a la gente que su enfermedad se encuentra en etapa terminal, en la eutanasia voluntaria, en el trasplante de órganos, en la fertilización in-vitro y en asuntos relacionados con la ingeniería genética.
Es en relación con esto que debemos hablar sobre las funciones de las nueve consciencias en términos del ciclo de nacimiento y muerte. La consciencia alaya a veces es llamada “la que no desaparece” debido a que las semillas kármicas acumuladas en ella no desaparecen en el momento de la muerte. Nuestra vida individual en la forma de estas ocho consciencias, continúa aún después de la muerte en el estado de ku o latencia, llevando con ella todo nuestro karma. Sin embargo, las primeras siete consciencias, todas las que funcionan activamente mientras estamos vivos, se retiran en el momento de la muerte a un estado latente dentro de la consciencia alaya. Podemos decir que todos los recuerdos, hábitos y karma acumulado en esta consciencia que se fueron registrando en cada momento de nuestra vida, conforman el yo individual o el marco de referencia de la existencia humana que pasa por el ciclo de muerte y renacimiento. Esta consciencia debe considerarse como el reino que entremezcla todas las causas y efectos que comprenden el destino individual de cada persona.
Mientras estamos vivos aquí en la tierra todas las primeras siete consciencias funcionan apoyadas por el tallo cerebral, el sistema límbico y las estructuras cerebrales superiores. En términos de neurofisiología podríamos quizá asociar la actividad consciente de la consciencia mano con el funcionamiento de lóbulo frontal de la corteza cerebral (o neocorteza). Si por cualquier razón se destruyera la corteza cerebral, perderíamos el medio para manifestar nuestra actividad mental consciente aunque el tallo cerebral fuera capaz de mantener la vida a un nivel mínimo. Una persona que ha perdido la función cerebral no tiene forma de expresar emociones a través de su cuerpo ni de su mente. Todas las emociones – alegría, tristeza, ira, etc. – se sumergen, retirándose del dominio del consciente para encontrar refugio en la inconsciencia. Una persona en estado de coma no puede expresar deseos o emociones, aún así las profundidades de su psique abrigan una gran diversidad de corrientes mentales. Aún cuando todas las funciones conscientes hayan sido interrumpidas, aún existe en las profundidades de la vida el impulso de seguir viviendo.
El budismo nos dice que, en el momento de la muerte, la vida sufre un cambio de estado manifiesto a estado latente, o del estado sensible al insensible. Existen tres etapas involucradas en este cambio. Primero, las funciones de las cinco consciencias se tornan latentes, pero la sexta consciencia continúa funcionando. En la segunda etapa la sexta consciencia se retira a la latencia, pero la consciencia mano se mantiene activa, manifestándose como un apasionado apego a la existencia temporal. En la tercera etapa la consciencia mano retrocede al estado latente dentro de la consciencia alaya. En los capítulos previos, cuando hablamos de la posesión mutua de los Diez Mundos (véase la página 125), vimos el concepto de tendencia básica de un ser, y este concepto es crucial si queremos entender la experiencia de la vida después de la muerte. Durante la transición a la muerte, de lo sensible a lo insensible, nuestra capacidad para responder a los estímulos externos se vuelve latente y nuestra vida queda fija en el estado que hayamos establecido como nuestra tendencia básica. Por lo tanto, conforme se aproxima la muerte, somos menos y menos capaces de utilizar los medios mundanos para cambiar nuestra condición: en este momento ni la riqueza, ni el poder, ni el estatus social, tampoco el amor de los demás pueden ayudarnos, y aún los grandes pensamientos y filosofías, si las comprendimos sólo superficialmente y fallamos en hacerlas parte de nuestra vida, mostrarán ser totalmente inútiles para nosotros al enfrentarnos a una muerte inminente. Conforme la vida pasa del estado manifiesto al estado latente, perdemos nuestro poder para influir en el medio ambiente o para ser influenciados por él y – así como el agua pasa del estado líquido al sólido – nuestra tendencia básica se “congela”.
Por ejemplo, la consciencia alaya de quienes hubieran establecido el estado de Infierno como su tendencia básica, se sumergirá en el momento de su muerte en el estado de Infierno inherente a la vida cósmica y ahí sufrirá futuras agonías. Una persona continuamente gobernada por los deseos en esta vida se sumergirá en el reino del estado de Hambre de la vida cósmica, para ahí atormentarse por todo tipo de frustraciones, y una persona inclinada hacia el estado de Animalidad, cuando su consciencia alaya se sumerja en la vida cósmica, experimentará un estado ininterrumpido de feroz Animalidad.
Por el contrario, una persona que ha creado en su vida en la tierra la tendencia básica bien sea de Tranquilidad o Éxtasis será capaz de superar el dolor físico de la muerte y experimentar un sentimiento de regocijo. La gente cuya tendencia básica sea el Aprendizaje o la Absorción disfrutará una profunda satisfacción espiritual y las personas en el estado de Bodisatva (aspiración a la iluminación) conservarán sus sentimientos de compasión y altruismo en la muerte como si aún estuvieran vivos y hasta podrían ver su propia muerte como una oportunidad para servir de inspiración o para beneficiar a otros. Finalmente, el Estado de Buda, es el manantial de sabiduría, valor y compasión, y una persona que hubiera establecido firmemente este estado de vida, puede someter el miedo a la muerte hasta el punto de ser capaz de utilizarse a sí mismo para dirigir a otros a la iluminación.
Sin embargo, el valor y la compasión del Bodisatva y del Estado de Buda no pueden fingirse. La muerte exhibe implacablemente la cobardía, aunque nosotros nos hayamos ingeniado totalmente para ocultarla durante toda la vida. Cuando vemos a la muerte directamente a los ojos, es demasiado tarde para arrepentirnos de las cosas que pudimos haber hecho o dejado de hacer. Por lo tanto es esencial que nos esforcemos por vivir cada momento de nuestra vida de la mejor forma posible.
El budismo habla de tres tipos de sufrimiento; sufrimiento físico, producto del dolor físico; sufrimiento mental, que nace de la destrucción o de tergiversar la felicidad; y sufrimiento fundamental (o existencial), el cual surge de la impermanencia de todos los fenómenos. El miedo a la muerte, problema que la religión inevitablemente debe atacar, es un ejemplo clásico de este tercer tipo de sufrimiento. El budismo está dirigido a liberar a la gente del miedo a la muerte guiándola a comprender la eternidad de la vida. Aquellos que han alcanzado el reino de la novena consciencia pueden enfrentar la muerte con un profundo sentido de alegría y satisfacción, habiendo comprendido la verdadera implicación del nacer y morir en términos del ámbito de la eternidad y por lo tanto con total confianza de su eventual renacimiento. A través de la práctica budista es posible lograr este tipo de actitud.
Creo que, presentando un punto de vista integrado de la vida y la muerte atravesando el presente, pasado y futuro, el budismo tiene mucho que ofrecer al campo de la ética medica con respecto a tales problemas, en asuntos tales como el de informar a la gente que su enfermedad se encuentra en etapa terminal, en la eutanasia voluntaria, en el trasplante de órganos, en la fertilización in-vitro y en asuntos relacionados con la ingeniería genética.
Es en relación con esto que debemos hablar sobre las funciones de las nueve consciencias en términos del ciclo de nacimiento y muerte. La consciencia alaya a veces es llamada “la que no desaparece” debido a que las semillas kármicas acumuladas en ella no desaparecen en el momento de la muerte. Nuestra vida individual en la forma de estas ocho consciencias, continúa aún después de la muerte en el estado de ku o latencia, llevando con ella todo nuestro karma. Sin embargo, las primeras siete consciencias, todas las que funcionan activamente mientras estamos vivos, se retiran en el momento de la muerte a un estado latente dentro de la consciencia alaya. Podemos decir que todos los recuerdos, hábitos y karma acumulado en esta consciencia que se fueron registrando en cada momento de nuestra vida, conforman el yo individual o el marco de referencia de la existencia humana que pasa por el ciclo de muerte y renacimiento. Esta consciencia debe considerarse como el reino que entremezcla todas las causas y efectos que comprenden el destino individual de cada persona.
Mientras estamos vivos aquí en la tierra todas las primeras siete consciencias funcionan apoyadas por el tallo cerebral, el sistema límbico y las estructuras cerebrales superiores. En términos de neurofisiología podríamos quizá asociar la actividad consciente de la consciencia mano con el funcionamiento de lóbulo frontal de la corteza cerebral (o neocorteza). Si por cualquier razón se destruyera la corteza cerebral, perderíamos el medio para manifestar nuestra actividad mental consciente aunque el tallo cerebral fuera capaz de mantener la vida a un nivel mínimo. Una persona que ha perdido la función cerebral no tiene forma de expresar emociones a través de su cuerpo ni de su mente. Todas las emociones – alegría, tristeza, ira, etc. – se sumergen, retirándose del dominio del consciente para encontrar refugio en la inconsciencia. Una persona en estado de coma no puede expresar deseos o emociones, aún así las profundidades de su psique abrigan una gran diversidad de corrientes mentales. Aún cuando todas las funciones conscientes hayan sido interrumpidas, aún existe en las profundidades de la vida el impulso de seguir viviendo.
El budismo nos dice que, en el momento de la muerte, la vida sufre un cambio de estado manifiesto a estado latente, o del estado sensible al insensible. Existen tres etapas involucradas en este cambio. Primero, las funciones de las cinco consciencias se tornan latentes, pero la sexta consciencia continúa funcionando. En la segunda etapa la sexta consciencia se retira a la latencia, pero la consciencia mano se mantiene activa, manifestándose como un apasionado apego a la existencia temporal. En la tercera etapa la consciencia mano retrocede al estado latente dentro de la consciencia alaya. En los capítulos previos, cuando hablamos de la posesión mutua de los Diez Mundos (véase la página 125), vimos el concepto de tendencia básica de un ser, y este concepto es crucial si queremos entender la experiencia de la vida después de la muerte. Durante la transición a la muerte, de lo sensible a lo insensible, nuestra capacidad para responder a los estímulos externos se vuelve latente y nuestra vida queda fija en el estado que hayamos establecido como nuestra tendencia básica. Por lo tanto, conforme se aproxima la muerte, somos menos y menos capaces de utilizar los medios mundanos para cambiar nuestra condición: en este momento ni la riqueza, ni el poder, ni el estatus social, tampoco el amor de los demás pueden ayudarnos, y aún los grandes pensamientos y filosofías, si las comprendimos sólo superficialmente y fallamos en hacerlas parte de nuestra vida, mostrarán ser totalmente inútiles para nosotros al enfrentarnos a una muerte inminente. Conforme la vida pasa del estado manifiesto al estado latente, perdemos nuestro poder para influir en el medio ambiente o para ser influenciados por él y – así como el agua pasa del estado líquido al sólido – nuestra tendencia básica se “congela”.
Por ejemplo, la consciencia alaya de quienes hubieran establecido el estado de Infierno como su tendencia básica, se sumergirá en el momento de su muerte en el estado de Infierno inherente a la vida cósmica y ahí sufrirá futuras agonías. Una persona continuamente gobernada por los deseos en esta vida se sumergirá en el reino del estado de Hambre de la vida cósmica, para ahí atormentarse por todo tipo de frustraciones, y una persona inclinada hacia el estado de Animalidad, cuando su consciencia alaya se sumerja en la vida cósmica, experimentará un estado ininterrumpido de feroz Animalidad.
Por el contrario, una persona que ha creado en su vida en la tierra la tendencia básica bien sea de Tranquilidad o Éxtasis será capaz de superar el dolor físico de la muerte y experimentar un sentimiento de regocijo. La gente cuya tendencia básica sea el Aprendizaje o la Absorción disfrutará una profunda satisfacción espiritual y las personas en el estado de Bodisatva (aspiración a la iluminación) conservarán sus sentimientos de compasión y altruismo en la muerte como si aún estuvieran vivos y hasta podrían ver su propia muerte como una oportunidad para servir de inspiración o para beneficiar a otros. Finalmente, el Estado de Buda, es el manantial de sabiduría, valor y compasión, y una persona que hubiera establecido firmemente este estado de vida, puede someter el miedo a la muerte hasta el punto de ser capaz de utilizarse a sí mismo para dirigir a otros a la iluminación.
Sin embargo, el valor y la compasión del Bodisatva y del Estado de Buda no pueden fingirse. La muerte exhibe implacablemente la cobardía, aunque nosotros nos hayamos ingeniado totalmente para ocultarla durante toda la vida. Cuando vemos a la muerte directamente a los ojos, es demasiado tarde para arrepentirnos de las cosas que pudimos haber hecho o dejado de hacer. Por lo tanto es esencial que nos esforcemos por vivir cada momento de nuestra vida de la mejor forma posible.
El budismo habla de tres tipos de sufrimiento; sufrimiento físico, producto del dolor físico; sufrimiento mental, que nace de la destrucción o de tergiversar la felicidad; y sufrimiento fundamental (o existencial), el cual surge de la impermanencia de todos los fenómenos. El miedo a la muerte, problema que la religión inevitablemente debe atacar, es un ejemplo clásico de este tercer tipo de sufrimiento. El budismo está dirigido a liberar a la gente del miedo a la muerte guiándola a comprender la eternidad de la vida. Aquellos que han alcanzado el reino de la novena consciencia pueden enfrentar la muerte con un profundo sentido de alegría y satisfacción, habiendo comprendido la verdadera implicación del nacer y morir en términos del ámbito de la eternidad y por lo tanto con total confianza de su eventual renacimiento. A través de la práctica budista es posible lograr este tipo de actitud.
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