La palabra “yo” o “ser” con frecuencia es usada en un sentido negativo, implicando egoísmo o un comportamiento egocéntrico, pero este uso se refiere solamente a lo que en el budismo se conoce como el yo inferior. Existe además el yo superior – el verdadero ser. Este trasciende al yo inferior y se expande para hacerse uno con el gran océano de la vida cósmica. La totalidad de la filosofía budista se centra en la idea de salir de la prisión del yo inferior para alcanzar el infinitamente amplio yo superior o verdadero ser. La teoría de las nueve consciencias se desarrolló como un medio para ayudarnos a alcanzar esta meta.
Si hurgamos progresivamente a mayor profundidad en la mente, desde su superficie exterior hasta la psique interna, o desde lo consciente hasta los niveles más profundos del inconsciente, encontramos que el ser ocupa una cantidad progresivamente mayor de espacio de vida. Las primeras seis consciencias, las funciones de la vida diaria de la mente consciente, son aquellas que el ser experimenta solamente en los primeros seis de los Diez Mundos – un ser cuyo espacio subjetivo es tanto superficial como transitorio. En estos estados estamos completamente atrapados en reaccionar a los eventos de la vida diaria; cualquier alegría que podamos experimentar en ellos puede ser destruida fácilmente en una tormenta de impulsos instintivos, deseos, emociones y fuerzas kármicas.
El Dr. Paul D. Maclean, científico investigador del gobierno de los Estados Unidos y autoridad en el campo de la evolución cerebral y el comportamiento, ha rastreado los impulsos instintivos y las emociones hasta el funcionamiento del cerebro primitivo o paleocorteza, y el cerebro mamalio o arquicorteza. Él explica que la función de la neocorteza es ejercer el control sobre la profusión de estos impulsos instintivos. Yo creo que la práctica budista nos capacita para elevar estos impulsos y desarrollar el poder para alcanzar los mundos más elevados: Aprendizaje, Absorción (Realización), Bodisatva y Budeidad.
Las funciones de las primeras seis consciencias están confinadas dentro de los límites del yo inferior. En contraste, las funciones de la séptima consciencia, la consciencia mano, nos permiten elevarnos más allá de nuestras reacciones inmediatas a las cambiantes condiciones dentro de los Seis Senderos para ver las cosas objetivamente, descubriendo un nuevo estado de vida en el cual nuestro espacio subjetivo se amplía grandemente. Por lo tanto, puede decirse que las funciones de esta consciencia corresponden a las funciones de pensamiento de la gente que está en los estados de Aprendizaje y Absorción – incluyendo, por ejemplo, el tipo de pensamiento involucrado en el estudio de la creación abstracta y artística; y así estas funciones nos capacitan para trascender el reino de los pensamientos cotidianos y el relativo poder superficial de discernimiento de la sexta consciencia. Por toda la historia la mayoría de los estudiosos y los artistas han sido gente que ha experimentado el despertar de la consciencia mano: la inteligencia que genera ha sido la fuerza que los lleva a buscar el conocimiento sobre las leyes que rigen a la sociedad, la historia, el universo natural y los diferentes tipos de expresión artística. Sin embargo, el yo que emerge de la séptima consciencia y de los estados de Aprendizaje y Absorción aún no está libre de los impulsos ni de las catástrofes que gobiernan y rodean a una persona dominada por el ego – muy por el contrario; la gente en estos estados corre el riesgo de hacerse arrogante con respecto a sus logros, y fácilmente cae prisionero de la poderosa tendencia del apego al yo desarrollada por esta consciencia.
La octava consciencia, la consciencia alaya, es un verdadero remolino de karma, bueno y malo. De acuerdo con un sutra budista, “Nosotros los mortales comunes creamos impedimentos kármicos día y noche llegando a 800,004,000 pensamientos”: ya que no sólo nuestros pensamientos sino también nuestras palabras y deseos quedan registrados en este terreno, podemos ver que combina tanto lo bueno como lo malo o iluminación e ilusión – fuerzas opuestas trabadas en eterna lucha. Esta perpetua competencia no puede ser resuelta mediante los poderes de pensamiento que tienen las personas que viven en los mundos de Aprendizaje y Absorción. En este sentido, el terreno de los Diez Mundos que corresponde a la octava consciencia, es el de Bodisatva, quien combate la maldad que lleva dentro a través de sus esfuerzos para llevar a otros a la iluminación. En otras palabras, Bodisatva es el estado en el cual desarrollamos el poder de la compasión y formamos así el buen karma del altruismo, trabajamos para someter el karma negativo que ha sido gravado en el estrato interno de la vida – esto es, trabajamos hacia la auto reformación. Solamente en el estado de Bodisatva, en el cual rompemos los muros del egoísmo y dedicamos nuestra vida al beneficio de los demás, podemos tener un efecto significativo sobre la consciencia alaya. Aún así, la consciencia alaya nunca puede estar totalmente libre de falsas ilusiones: la pureza total sólo se encuentra en la novena consciencia, la consciencia amala.
Nichiren Daishonin inscribió el Gojonzon como la personificación de la consciencia amala, o la realidad última. En su escrito “El Verdadero Aspecto del Gojonzon”, establece:
Jamás busque este Gojonzon fuera de usted misma. El Gojonzon existe sólo en la carne mortal de nosotros, las personas comunes que abrazamos el Sutra del Loto e invocamos Nam-miojo-rengue-kio. El cuerpo es el palacio de la novena consciencia, la realidad invariable que reina sobre todas las funciones de la vida[1].
La consciencia amala, la realidad última, cuya existencia se encuentra en forma potencial dentro de todas las formas de vida, se manifiesta cuando creemos en el Gojonzon y nos dedicamos a cantar Nam-miojo-rengue-kio. El Gojonzon es el objeto de devoción que personifica la consciencia amala, y al abrazar el Gojonzon comprendemos esta realidad dentro de nosotros. Comprendiendo la fuerza vital de la consciencia amala somos libres de usar las funciones de las otras ocho consciencias para mejorar nuestra vida y la de los demás.
Cuando nuestra vida está enraizada en la consciencia amala, puede manifestar el poder para transformar totalmente el engranaje de las causas y los efectos que conforman la consciencia alaya; esto se debe a que está basada en la iluminación y no en las falsas ilusiones. Igualmente, no podemos ser arrastrados por las funciones de las primeras ocho consciencias. A modo de analogía, un pedazo de madera flotando en un río está a merced de la corriente y pronto será arrastrado, pero aún la más poderosa corriente no puede arrastrar una isla hecha de roca.
El Daishonin escribe: “Base su corazón en la novena consciencia y su práctica en la sexta consciencia.”[2] Cuando anclamos nuestra existencia en nuestra fe en el Gojonzon y nos dedicamos a la práctica budista en nuestra vida diaria, podemos manifestar infinita sabiduría, poder y compasión y lograr una reforma interior fundamental. De esta forma, podemos establecer una base inamovible para la verdadera felicidad.
[1] Los Principales Escritos de Nichiren Daishonin, Vol. Uno, página 217
[2] Gosho “Sobre el Infierno y la Budeidad”, The Mayor Writtings of Nichiren Daishonin, Vol. 2, pág. 244
Si hurgamos progresivamente a mayor profundidad en la mente, desde su superficie exterior hasta la psique interna, o desde lo consciente hasta los niveles más profundos del inconsciente, encontramos que el ser ocupa una cantidad progresivamente mayor de espacio de vida. Las primeras seis consciencias, las funciones de la vida diaria de la mente consciente, son aquellas que el ser experimenta solamente en los primeros seis de los Diez Mundos – un ser cuyo espacio subjetivo es tanto superficial como transitorio. En estos estados estamos completamente atrapados en reaccionar a los eventos de la vida diaria; cualquier alegría que podamos experimentar en ellos puede ser destruida fácilmente en una tormenta de impulsos instintivos, deseos, emociones y fuerzas kármicas.
El Dr. Paul D. Maclean, científico investigador del gobierno de los Estados Unidos y autoridad en el campo de la evolución cerebral y el comportamiento, ha rastreado los impulsos instintivos y las emociones hasta el funcionamiento del cerebro primitivo o paleocorteza, y el cerebro mamalio o arquicorteza. Él explica que la función de la neocorteza es ejercer el control sobre la profusión de estos impulsos instintivos. Yo creo que la práctica budista nos capacita para elevar estos impulsos y desarrollar el poder para alcanzar los mundos más elevados: Aprendizaje, Absorción (Realización), Bodisatva y Budeidad.
Las funciones de las primeras seis consciencias están confinadas dentro de los límites del yo inferior. En contraste, las funciones de la séptima consciencia, la consciencia mano, nos permiten elevarnos más allá de nuestras reacciones inmediatas a las cambiantes condiciones dentro de los Seis Senderos para ver las cosas objetivamente, descubriendo un nuevo estado de vida en el cual nuestro espacio subjetivo se amplía grandemente. Por lo tanto, puede decirse que las funciones de esta consciencia corresponden a las funciones de pensamiento de la gente que está en los estados de Aprendizaje y Absorción – incluyendo, por ejemplo, el tipo de pensamiento involucrado en el estudio de la creación abstracta y artística; y así estas funciones nos capacitan para trascender el reino de los pensamientos cotidianos y el relativo poder superficial de discernimiento de la sexta consciencia. Por toda la historia la mayoría de los estudiosos y los artistas han sido gente que ha experimentado el despertar de la consciencia mano: la inteligencia que genera ha sido la fuerza que los lleva a buscar el conocimiento sobre las leyes que rigen a la sociedad, la historia, el universo natural y los diferentes tipos de expresión artística. Sin embargo, el yo que emerge de la séptima consciencia y de los estados de Aprendizaje y Absorción aún no está libre de los impulsos ni de las catástrofes que gobiernan y rodean a una persona dominada por el ego – muy por el contrario; la gente en estos estados corre el riesgo de hacerse arrogante con respecto a sus logros, y fácilmente cae prisionero de la poderosa tendencia del apego al yo desarrollada por esta consciencia.
La octava consciencia, la consciencia alaya, es un verdadero remolino de karma, bueno y malo. De acuerdo con un sutra budista, “Nosotros los mortales comunes creamos impedimentos kármicos día y noche llegando a 800,004,000 pensamientos”: ya que no sólo nuestros pensamientos sino también nuestras palabras y deseos quedan registrados en este terreno, podemos ver que combina tanto lo bueno como lo malo o iluminación e ilusión – fuerzas opuestas trabadas en eterna lucha. Esta perpetua competencia no puede ser resuelta mediante los poderes de pensamiento que tienen las personas que viven en los mundos de Aprendizaje y Absorción. En este sentido, el terreno de los Diez Mundos que corresponde a la octava consciencia, es el de Bodisatva, quien combate la maldad que lleva dentro a través de sus esfuerzos para llevar a otros a la iluminación. En otras palabras, Bodisatva es el estado en el cual desarrollamos el poder de la compasión y formamos así el buen karma del altruismo, trabajamos para someter el karma negativo que ha sido gravado en el estrato interno de la vida – esto es, trabajamos hacia la auto reformación. Solamente en el estado de Bodisatva, en el cual rompemos los muros del egoísmo y dedicamos nuestra vida al beneficio de los demás, podemos tener un efecto significativo sobre la consciencia alaya. Aún así, la consciencia alaya nunca puede estar totalmente libre de falsas ilusiones: la pureza total sólo se encuentra en la novena consciencia, la consciencia amala.
Nichiren Daishonin inscribió el Gojonzon como la personificación de la consciencia amala, o la realidad última. En su escrito “El Verdadero Aspecto del Gojonzon”, establece:
Jamás busque este Gojonzon fuera de usted misma. El Gojonzon existe sólo en la carne mortal de nosotros, las personas comunes que abrazamos el Sutra del Loto e invocamos Nam-miojo-rengue-kio. El cuerpo es el palacio de la novena consciencia, la realidad invariable que reina sobre todas las funciones de la vida[1].
La consciencia amala, la realidad última, cuya existencia se encuentra en forma potencial dentro de todas las formas de vida, se manifiesta cuando creemos en el Gojonzon y nos dedicamos a cantar Nam-miojo-rengue-kio. El Gojonzon es el objeto de devoción que personifica la consciencia amala, y al abrazar el Gojonzon comprendemos esta realidad dentro de nosotros. Comprendiendo la fuerza vital de la consciencia amala somos libres de usar las funciones de las otras ocho consciencias para mejorar nuestra vida y la de los demás.
Cuando nuestra vida está enraizada en la consciencia amala, puede manifestar el poder para transformar totalmente el engranaje de las causas y los efectos que conforman la consciencia alaya; esto se debe a que está basada en la iluminación y no en las falsas ilusiones. Igualmente, no podemos ser arrastrados por las funciones de las primeras ocho consciencias. A modo de analogía, un pedazo de madera flotando en un río está a merced de la corriente y pronto será arrastrado, pero aún la más poderosa corriente no puede arrastrar una isla hecha de roca.
El Daishonin escribe: “Base su corazón en la novena consciencia y su práctica en la sexta consciencia.”[2] Cuando anclamos nuestra existencia en nuestra fe en el Gojonzon y nos dedicamos a la práctica budista en nuestra vida diaria, podemos manifestar infinita sabiduría, poder y compasión y lograr una reforma interior fundamental. De esta forma, podemos establecer una base inamovible para la verdadera felicidad.
[1] Los Principales Escritos de Nichiren Daishonin, Vol. Uno, página 217
[2] Gosho “Sobre el Infierno y la Budeidad”, The Mayor Writtings of Nichiren Daishonin, Vol. 2, pág. 244
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